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La carrera de cuádrigas

  • Foto del escritor: Benigno Morilla
    Benigno Morilla
  • 8 abr 2021
  • 3 Min. de lectura

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Ante el argumento, Tarim se quedó boquiabierto. Durante muchos días reflexionó sobre él...


Como sabemos, la vida se presenta de igual modo en más de una ocasión. Así, la suerte quiso que el esclavo de mi abuelo asistiera a una carrera en el Circo Máximo el día en que -todavía lo recuerdan algunos- un loco saltó a la pista tras la tercera vuelta interponiéndose en el camino de las cuádrigas y poniendo en peligro su vida así como la de los jinetes. Ante semejante acto incomprensible, Tarim vio repetido el suceso del callejón, el caballo blanco y el niño atropellado. Pero, esta vez, fueron las palabras del hombre sabio las que golpearon su mente y pensó: “Lo que yo haga, eso será, obviamente, lo que está escrito”. Sin titubear, a la velocidad del rayo, saltó a la pista y agarró al loco que estaba poniendo la carrera en peligro arrastrándolo hasta las gradas.


Por ese acto, Tarim fue considerado un héroe. Mi abuelo lo premió con una moneda de oro y los jinetes, además de su agradecimiento, le obsequiaron con una escultura de bronce que representaba a Apolo guiando sus cuatro corceles celestes. Durante varios días en Roma no se habló de otra cosa...


Pero la historia de Tarim no acaba aquí... Desde el día de la carrera en el Circo Máximo se sentía tan libre que comenzó a obrar con extremada soltura atreviéndose a resolver problemas que muchos daban por imposibles. No lo hacía con soberbia, sino con la convicción de que su libertad de acción era la expresión de la voluntad de los Señores del Destino. Hasta que, en una ocasión, ya siendo de edad provecta y estando próximo a un río, escuchó unos gritos de auxilio. No tardó en ver a un hombre que se estaba ahogando cerca de la orilla. Como quiera que no sabía nadar pensó que, en esta ocasión, su libertad estaba cercenada y que los Señores del Destino reclamaban la vida del hombre que se ahogaba, ese día... a esa hora. No obstante, quiso acercarse hasta él y, al llegar a la orilla, atisbó unos juncos de considerable tamaño. Pensó entonces: “Lo que yo haga, eso será, lo que está escrito. Por tanto, si me agarro bien a los juncos podré dar la mano a este desdichado para luego tirar de él y sacarlo del río. Esa debe de ser la voluntad de los Señores del Destino”.

Se trabó a los juncos y extendió la mano hasta asir con ella al hombre que se ahogaba. Tiró con todas sus fuerzas, pero más poder tenía la corriente que comenzó a llevarse al hombre que, de tan aferrado que estaba a la mano de Tarim, hizo que éste se soltara de los juncos y fuera arrastrado por el curso del río. Finalmente, ambos murieron ahogados...

Mi abuelo, tras relatarme este suceso a lo largo de un sueño, me comentó que en aquel instante fatídico Tarim debió pensar: “Los Señores del Destino" me concedieron la libertad, mas, paradójicamente, ésta ha servido para que se cumpliera rigurosamente la hora fijada por ellos para mi muerte.”

Preso de una duda pregunté a mi abuelo:

-¿Cómo sabes de qué modo murió tu esclavo si no pudo contarlo?

Me respondió:

-Yo estaba, allí, presente. Aquel día caminaba junto a Tarim.

No pude evitar otra pregunta:

-Abuelo, ¿no intentaste salvar a tu esclavo?

Cachazudo, respondió:

-Querido nieto, contemplando esa escena comprendí que nada podemos frente al Destino. Por eso, permanecí impávido, evitando su menos para luego tirar de ella hacia la orilla. Pero te lo repito, no sé nadar y de llevar a cabo mi buena intención de salvarle, el Destino, ese día, se habría llevado río abajo no a uno, sino a dos cadáveres”. El momento de mi muerte no había llegado aún. Y es cierto, la vida tuvo a bien darme dos nietos más que tú que me necesitaron cuando prematuramente falleció vuestro padre..

Pensé entonces: “El Destino, como las monedas, tiene dos caras, pero ambas son de una misma moneda. Nadie sabe hasta qué punto tenemos libre albedrío o el Destino manda hasta en lo más nimio de nuestras vidas”.


Benigno Morilla

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