Las democracias que algunos tienen como el menos malo de los sistemas políticos, desde sus inicios en Grecia mostró sombras que, pasados dos milenios y medio, sobreviven bajo otras formas.
Solemos preguntarnos: ¿cómo es posible qué una Asamblea popular condenara a muerte a Sócrates, uno de los hombres considerado entre los más sabios y honestos de la Humanidad? Para llevar a cabo semejante crimen tuvo a un falso acusador y a personas sobornadas que confirmaran la insólita imputación: la de ser un corruptor de la juventud.
Hecho semejante nos obliga a considerar, de forma realista, que las democracias no son panaceas. Para explicar esta realidad tenemos que recurrir a una figura repugnante que abundaba en las democracias griegas. La del sicofante (del griego sykofántès, también llamado sicofanta, del latin sycophanta). Ambos términos son válidos en español y aluden a una clase de delator aborrecible.
El sicofante no era un delator cualquiera. Se trataba de una personas sin escrúpulos que por una suma de dinero él, arropado por compinches, urdían tramas y añagazas denunciando ante los tribunales a los enemigos políticos de sus amparadores. Tengamos en cuenta que la figura del fiscal acusador no existía en aquellos tiempos por lo que cualquier ciudadano podía denunciar a otro ciudadano aportando las pruebas necesarias. El sicofante las fabricaba contando con la complicidad de testigos falsos.
Es interesante recabar sobre el origen del término, siempre ingenuamente interpretado, que se compone de la palabra griega sycon que significa higo, y phainós, cuyo significado equivale al de revelador o descubridor. La conclusión mayoritaria entre los traductores es que el término venía del contrabando de higos. Explicación absurda puesto que los higos abundaban en Atenas y no tiene por qué aplicarse a un delator mercenario capaz de urdir tramas casi irrefutables ante las asambleas. Más bien se corresponde con un hecho más razonable.
A poca distancia de Atenas se encontraba el Santuario de Eleusis donde se celebran las Iniciaciones más importantes de Grecia. En ellas se revelaba a los neófitos las verdades que se ocultan tras los símbolos y los mitos. La revelación se apoyaba mediante un trance producido por un bebedizo llamado Kykeion altamente alucinógeno e inductor de estados místicos. A los Misterios eleusinos se llegaba en procesión a lo largo de un camino que partía de Atenas. A la entrada de Eleusis podía verse una inmensa higuera considerada sagrada como otras tantas higueras en el mundo por ser extremadamente pródiga en frutos. En el caso de la higuera, su fruto evoca los órganos genitales femeninos siendo entonces un símbolo de fertilidad exuberante de la madre tierra.
Recordemos que Deméter, diosa de la naturaleza y la fecundidad, presidía las iniciaciones de Eleusis. Encontramos un símbolo atribuido a Deméter: la cornucopia rebosante de frutos bien sazonados. Los iniciados en los Misterios eleusinos estaban obligados por juramento a guardar secreto de lo allí aprendido. Quien delatara lo acontecido era castigado con la pena de muerte. Revelar abiertamente los secretos ancestrales y más sagrados de la ciudad no merecía perdón alguno. Por tanto el término sicofante se aplicaba a quien era "revelador de los secretos de la vida simbolizados por los higos de la higuera de Deméter. Explicación muy alejada del absurdo contrabando de higos. Hemos querido restituir el genuino sentido etimológico de "sicofante", que contadas personas conocen.
Los sicofantes se cebaban con los ricos. Provenían de capas sociales más bajas, donde la pobreza y la incultura eran el caldo de cultivo de la canallesca. El odio a los ricos viene de lejos. Demóstenes los llamó "perros del pueblo". Sus víctimas eran innumerables. Algunas arruinaron no solamente el patrimonio de las personas sino, también, su reputación que llegó a arrastrar algunos a la muerte. Plutarco narra como ilustres filósofos como Cármides fue moralmente destruido por sicofantes, así como, Critias y Critón y, volvemos a mencionarlo, acabando con la vida del propio Sócrates. Los sicofantes no se limitaban a la delación ante las asambleas, sino que hacían correr rumores sobre sus víctimas, acosándolas de infundios, a veces persiguiendo cobardemente (en grupo, claro) a sus víctimas por la calle o a las puertas de sus domicilios bajo una lluvia de insultos y escupitajos. Los sicofantes llegaron a ser una plaga en las Ciudades Estado griegas. Simónides afirmó: "Es tan difícil hablar de democracia sin sicofantes, como encontrar una cogujada (pájaro parecido a la alondra). sin penacho".
¿Y ahora, en nuestros tiempos, han desaparecido los sicofantes? ¡No! Sin duda el lector ya habrá asociado algunas de sus prácticas con, por ejemplo, los escraches. Pero hay más. En la actualidad, existiendo los Ministerios fiscales, los sicofantes no acuden a ellos y dan la cara como lo hacia en las asambleas. Hemos empeorado añadiendo a la maldad la mayor de las cobardías.
Los sicofantes actuales, ligados principalmente a las cloacas policiales del Estado controlan y silencian a voluntad a gran parte de la clase política y empresarial haciéndoles saber, en el momento oportuno, que son rehenes de escuchas y grabaciones en audio o con imágenes comprometidas que han logrado obtener por todos los medios.
La tecnología favorece el viejo oficio. Los sicofantes actuales tienden celadas en hoteles de lujo con prostitutas que forman parte del juego (recordemos el caso de Strauss Kahn entre miles), o acumulando información sobre irregularidades económicas. De este modo, cuando es preciso, sin dar la cara filtran sus dosieres a determinados medios. De inmediato, en cascada, el aparato mediático retoma la información generando en hora una bola de nieve informativa. Todo esto sin presentar una acusación por las vías pertinente. El afectado se encuentra atado de pies y manos, indefenso, en la plaza pública, con un sambenito colgado para toda la vida.
Ahora bien, tenemos que hacer una consideración. Un sicofante no es un espía, que busca información para favorecer al gobierno para el que trabaja. No es un soplón procedente del hampa, que informa a un policía para que este lleve a cabo una pesquisa que pueda llevar hasta determinados delincuentes. Tampoco es un hacker, persona en desacuerdo con determinado estamento de poder del que logra información para luego divulgarla en nombre de su activismo. El sicofante actual tiene por objetivo a una persona o un pequeño grupo al que logra arrancar pruebas irrefutables que filtra sibilinamente a un medio que busca pingües beneficios con el escándalo a la vez que se justifica considerándose sólo un mensajero neutro que actúa en nombre de la salud social gracias a la delación recibida de un sicofante.
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