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  • Foto del escritorBenigno Morilla

Insólito Sócrates


Hoy queremos acercarnos a la figura de Sócrates sin entrar en los detalles de su enseñanza, sino recalcando la razon de su valor incalculable en la Historia de Occidente y en el desarrollo intelectual que sus pensamientos desencadenaron.

Deseamos escribir y aclarar aspectos desconocidos de un hombre famoso a lo largo de los siglos por su sabiduría, aunque que pocos conocen el fundamento de su proceder.


Pensamos, todavía, y no sin cierta razón, que un experto en determinada materia ha de conocerla a fondo y con el mayor detalle posible.


En la Antigüedad estaba claro que se asumía esta premisa en todos los casos. El reconocimiento tácito de una personalidad en el terreno de su práctica garantizaba su competencia. Nadie impartía títulos en base a un razonamiento que aún puede plantearse en algunos casos: “¿Quién vigila al vigilante?”.


Sócrates fue un Ateniense atípico en aquellos tiempos cuando los sofistas usurpaban el papel de los sabios en relación a temas intelectualmente enredados, así como su reconocida pericia para dar la vuelta en torno a los temas en liza de los cuales salían victoriosos los más taimados gracias a sus falacias lingüísticas.


Nos referimos a una época en que, entre el enjambre de falsos maestros, emerge en Atenas un hombre de porte poco agraciado que afirmaba carecer de todo conocimiento y certidumbre sobre todo los ámbitos del saber. Parecería alguien estrafalario de no estar dotado de un extraño carisma; una oratoria cautivadora a mitad de camino de la ironía y de la capacidad para refutar argumentos que embelesaban a la audiencia. Este extraño hombre argumentaba haciendo preguntas que dejaban mudos a los sofistas, que así se llamaban los embaucadores que se imponían en los debates con una retórica trufada de hábiles falacias. Seguro que el lector se habrá percatado de que estos métodos siguen vigentes sobre todo en la política.


Un sofista era campeón en los torneos retóricos que no dudaban en recurrir a las trampas dialécticas. Por otra parte, un filósofo era un triunfador sin más argumentos que las preguntas acerca de la Verdad de lo vertido en las palabras. El término “Filósofo” es el resultado de la unión de dos palabras todavía en vigor: “Filo”, es decir, amante o apasionado, y Sofía: “Verdad” con mayúsculas. Por lo tanto, es filósofo quien ama la verdad y sofista aquél que desea tener la razón independiente de si es veraz, o no).


Los filósofos no tenían el significado que le hemos otorgado en la actualidad. En los tiempos que corren podrán interesarse por la verdad, pero, para casi todos, será “su verdad” subjetiva, una opinión más, una verdad relativa. La Verdad con mayúsculas forma parte, en cambio, de las cualidades esenciales (ejes centrales) en torno a las cuales gira la vorágine mental con pensamientos turbios cuando no desordenados y contradictorios.


Sócrates, para evitar esta confusión que puede multiplicarse si la persona con la que dialoga actúa de este modo. Antes de zambullirse en las mentes de sus contrincantes, se atiene a lo que recomendaba el frontispicio del Santuario de Delfos: “Quien se conoce a Sí Mismo conoce al Universo y a los dioses.”


Sócrates aceptando o fingiendo carecer conocimientos de partida, exceptuando su acatamiento a las Leyes de la Naturaleza ante los cuáles la vida pública ha de plegarse, niega la posibilidad de cualquiera otra Ley, aunque, como buen ciudadano, la acatará. Nos referimos a las Leyes dictadas no por lo naturaleza sino por los humanos. Leyes ajustadas a cuestiones generalmente más banales en las que prevalece la simple opinión, la mayoría de las veces condicionada por interese espurios.


La Verdad ha de ser una cuestión de Estado; su pilar central. De otro modo se convierte en politiqueo profano. Algo así como un simulacro de asamblea en el Ágora donde abundan las críticas infundadas, las chirigotas y las ocurrencias desdeñosas pregonadas a los cuatro vientos. Este estilo de participación en la política, donde es obligado que todo he de ser ponderado y sopesado escrupulosamente, a buen seguro que el lector lo reconoce en nuestros tiempos. Basta cambiar Ágora, por bar.


En otras palabras: un filósofo no es un erudito. En este punto coincide con la cultura hindú sonde se distingue claramente al conocedor de las Escrituras Sagradas de aquel que se conoce a Sí mismo. El primero, denominado “Pandit”, popularmente comparado con una mula cargada de libros. Quien ha indagado en su interior con éxito hasta alcanzar su Ser es denominado “Rishi” (Sabio).


Ya hemos presentado a Sócrates como un filósofo reconocido por ignorarlo todo, al contrario de los sofistas que presumen de saberes y fórmulas ocultas que sólo ellos y probablemente sus maestros poseen. Esto es de una importancia vital. Resulta que un filósofo como Sócrates se distingue no por sus conocimientos sino, todo lo contrario, por asegurar que no sabe nada.

Para fijar más la imagen e importancia de Sócrates conviene aclarar una frase que ha pasado a la historia y que ejemplifica la filosofía más pura. El no saber.


Si preguntamos a cualquiera alguien cuales es la Filosofía por la que es admirado en todo el mundo, raudo responderá asegurando que era el filósofo que no se cansaba de repetir “Sólo sé que no sé nada.” Sin embargo, reiterada esta cómoda simpleza deja la frase incompleta de manera que la respuesta se convierte en una perogrullada indigna de un Sabio. El aludido que cree saber la respuesta demostrará su completa ignorancia.


Pocos son los que añaden lo más substancial de su enseñanza partiendo de esta premisa.


El origen de esta frase que tanto gusta a los que nada saben de Sócrates es el siguiente:

“Un vecino e íntimo amigo de Sócrates, llamado Querofonte le confesó a Sócrates que tenía dudas sobre la sabiduría de su amigo. Tanto era así que llegó a pensar que en Atenas podría haber uno o más hombres más sabios que Sócrates. Para salir de dudas decidió acudir al Oráculo de Delfos. En aquel tiempo se consideraba infalible la respuesta de dicho oráculo, de manera que a él acudían personas de todas partes del mundo por entonces conocido para recibir una respuesta que se daba por infalible dada que provenía de los dioses (Fuerzas Superiores).


Después de purificarse con abluciones, ayunos, y hacer una larga cola a la espera de la sentencia, Querofonte obtuvo una respuesta tajante de la Sibila, (la intérprete de los dioses.) No le cupo dudas: Sócrates, aseveró, era el hombre más sabio de Atenas.

Querofonte, eufórico, acudió a la casa de su amigo para referirle lo que la infalible Sibila había relevado.


Sócrates, sin embargo, se quedó poco convencido y aseguró: “No estoy convencido de ser el más sabio de Atenas. Así que voy a pasear por toda la ciudad inquiriendo preguntas a todo aquel que encuentre para asegurarme si realmente soy el más sabio, o no.”


Dicho y hecho, Sócrates recorrió toda la ciudad haciendo preguntas, tanto a gente sencilla como a políticos, verduleras, navegantes, mercaderes, etc. Sobre todo, se dirigió a los hipócritas sofistas. Ninguno llegaba al final del interrogatorio. Atrapados en sus creencias de base que servían para articular sus convicciones posteriores, quedaban incapacitados para proseguir guardando silencio… o marcharse.


La pesquisa de Sócrates le llevó a dirigirse a Querofonte en estos términos: “Va a resultar cierto que soy el más sabio de la ciudad, pues todos los que he interrogado creían saber muchas cosas y yo, en cambio, sólo sé que no sé nada.”


Esta es una perspectiva nueva en Occidente que generará toda una escuela ejemplar, pues no basta con negar los principios aprendidos por personas que repiten como papagayos aquello que conocen sin comprobación alguna o las que le inculcaron sus maestros, creencias más o menos apañadas que los convirtieron en ciegos que guían a otros ciegos.


Llegado al final de las preguntas donde Sócrates había demostrado que sus interlocutores ignoraban la Fuente Creadora que alimenta todo lo existente en el mundo, es necesario traspasar el mundo de las creencias para alcanzar otro espacio extremamente más ancho y luminoso. De lo contrario, la ironía y la refutación se convierten en un vulgar pasatiempos.


Aquí radica el genial método de autoconocimiento de Sócrates. Consiste en romper la robusta cerca de las creencias humanas actuando de muro de contención entre una creación incompleta constituida justamente por creencias distintas en cada tiempo y lugar impidiendo el acceso al infinito espacio de la trascendencia.


Como en Oriente, el aprendizaje se produce por sustracción mientras que la erudición, las creencias, no digamos los dogmas y la venda que tapan los ojos que conllevan estos errores del pensamiento, no son otra cosa que una pesada capa de prendas superpuestas. No en vano representamos en las más destacadas obras de Arte, a la Verdad, como una bella mujer desnuda.


Es imposible avanzar en el pensamiento (si se puede denominar así) sin destacar una cuestión que ha llamado la atención de los estudiantes, pienso yo que, que parece más una curiosidad propia de los orientales. Sócrates aseguraba que estaba siempre asesorado por un Daimón (¿un ser íntimo de gran sabiduría que le indicaba lo que no tenía qué hacer o decir, sino lo que debía evitar) Por aquí encontramos una ranura que nos ofrece una perspectiva mayor ya que no basta la ignorancia, suya y de sus interlocutores porque, tenía que haber un paso más para ser tan sabio. Si Sócrates alude a los dioses como sus inspiradores, hemos de reconocer que, en aquellos tiempos, los dioses eran, para el pueblo, la humanización de las variadas fuerzas que nos mueven. En esto no hay duda. Zenón de Citio, posterior a él y a decir de muchos, el fundador del estoicismo antiguo, avisaba a sus oyentes de que en el interior del hombre viven los dioses que el pueblo toma por realidades externas. Así, si ama, Afrodita le ha inducido el amor. Vale como metáfora poética, pero no es una realidad que, de ser así, nos separaría de la naturaleza divina de cada una. De ser así, qué sentido tendría el ya mencionado frontispicio de Delfos: “Conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los dioses”. También en el diálogo platónico (Teeteto) Sócrates es explícito al respecto al afirmar abiertamente.:


“Así es que no soy sabio en modo alguno -aseguró-, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede”. El dios al que alude Sócrates es la Divinidad Suprema, Zeus para el pueblo. A él se refiere recurriendo de nuevo al Santuario de Delfos.”


Aludía en toda ocasión: “Conócete a ti mismo”.


Sócrates no propone otra vía para alcanzar aquello que está más allá que la barrera de las creencias exceptuando la Mayéutica. Un modo más hondo que la ironía y la refutación que consiste en interrogar hasta llegar a las cumbres del Ser,


Descubre en todos sus interlocutores, fuera de los recovecos construidos con la mente para tapar sus deficiencias y limitaciones, una ética innata, consubstancia e indivisible. Sólo la Virtud, entendida como el pleno desarrollo de las cualidades esenciales, “bien, justicia, verdad, bondad, belleza”, pueden encaminarnos hacia la verdadera sabiduría haciéndonos uno con ella. En el caso de Sócrates, ¿cómo puede temer a la muerte alguien que rompió la barrera que separa lo divino de lo mundano un sin método alguno? Nadie ha llegado a sistematizarlo más de veinte siglos después.


Sócrates, pese a no ser un demócrata convencido ya que la mayoría ignorante de todo lo que no sean avances técnicos, no puede tener razón en las cuestiones que obligan a pronunciarse lanzando exuberantes opiniones diversas entre sí cual si fueran andanadas de flechas. Sí demostró su adhesión a la democracia al no hacer distingos en lo profundo de cada persona.


Aceptó la muerte que una asamblea decretó contra él a fuerza de acusaciones falsas relativas a las calamidades que azotaron Atenas en aquellos días. Pudiendo escapar de la prisión con la ayuda de sus amigos, prefirió asumir la muerte decretada por la asamblea popular para dar ejemplo aceptando las Leyes de la democracia a modo de ejemplo de buen ciudadano.


La Historia nos informa que Atenas lloró su muerte durante varios días, afligida y avergonzada por el injusto trato dado a un anciano sabio. Hasta los más ignorantes desde el fondo de su alma se sabían cómplices silenciosos de la muerte de una de las almas más grandes que ha pisado la Tierra.


Sería injusto finalizar este breve artículo sin reconocer, en nuestro tiempo, los hombres ilustrados en las Verdades Eternas que han sufrido y padecen castigo y muerte por la simple nulidad mental de minorías o muchedumbres, así como -por qué no decirlo-, debido a la envidia corrosiva que mueven a los mediocres a anular todo aquello que es excelencia

Benigno Morilla- escritor.


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