Desde Hiroshima y Nagasaki los habitantes de nuestro planeta viven instalados en el temor a un desastre global y letal. Como un “run run” lejano para unos o para otros, en un primer plano de la mente a partir de en noticia preocupante que pudiera llevarnos hacia ese final.
Un final que parece no llegar nunca pero que en los más sensibles y a los bien informados, incrementa la incertidumbre manifestando diferentes formas de inquietud que llegan a afectar al sistema neurovegetativo, ya abierto de par en par a un holocausto. Prueba de ello es el ingente incremento de fármacos ansiolíticos y antidepresivos que se dispensan durante y posteriormente de una situación de peligro, sea cual sea su origen. A menor escala, sucede otro tanto. En una comunidad o en el ámbito de la familia se repiten los mismos síntomas ante una adversidad de uno o varios de sus miembros. Llegado un momento, la ansiedad, la angustia y el miedo se puede presentar incluso de forma crónica sin que se advierta ningún peligro inminente.
El razonamiento no convence a ninguna de estas víctimas, haciéndolas víctimas de la incomprensión y de las farmacéuticas.
Según la personalidad de cada individuo se manifestará de forma y grado diferente. De hecho, hay quien presume de inmunidad al miedo pero sale corriendo hacia un centro hospitalario en busca de remedio mucho antes de que presente un peligro el mal de turno que aceche.
Para colmo la ansiedad, la angustia y el miedo son el tronco de un árbol, que genera ramificaciones más graves como son los trastornos de pánico, ansiedad generaliza, enfado, etc, que se produce por temor ante cualquier hecho inesperado o, peor aún, por fantasías de una mente errática una vez perdido sus pilares, etc.
La farmacología puede ser una ayuda importante pero es solo paliativa. Lo malo es cuando los estados se activan en cualquier momento y lugar, como la agorafobia o miedo a espacios desconocidos, poco frecuentados o incluso familiares, lo que termina por recluir a la persona en su casa cada vez más tiempo.
Conviene atajar entonces los ataques de ansiedad, angustia y miedo, por medio de unas nociones básicas, fáciles de aprender y poner en práctica.
Es un hecho cierto que, dejando de lado algunos casos, estos síntomas son naturales y si nos llevan a un sufrimiento mayor de lo que puede producirnos lo que tememos, es preciso conocer técnicas que acaben con ellos antes que nos incapaciten para vivir una vida satisfactoria, asumiendo que hay peligros, sí, pero uno de ellos es ser prisioneros de nuestra mente antes que los acontecimientos que tememos y que, la mayoría de las veces, no ocurrirán.
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